jueves, 25 de noviembre de 2010

No son genios los que necesitamos ahora


CODERCH, Antonio Arq. 1960
Publicación Domus, noviembre de 1961

 

Al escribir esto no es mi intención ni mi deseo sumarme a los  que gustan de hablar y teorizar sobre arquitectura. Pero después de veinte años de oficio, circunstancias imprevisibles me han obligado a concretar mis puntos de vista y a escribir modestamente lo que sigue:
Un viejo y famoso arquitecto americano, si no recuerdo mal le decía a otro mucho más joven que le pedía un consejo “Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas” También le decía: “Detrás de cada edificio que ves hay un hombre que no ves”. Un hombre; no decía siquiera un arquitecto.
No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la arquitectura, ni grandes doctrinarios, ni profetas, siempre dudosos. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales en relación con nosotros mismos y con nuestro oficio o profesión de arquitectos (y empleo estos términos en su mejor sentido tradicional). Necesitamos aprovechar  lo poco que de tradición constructiva y, sobre todo, moral ha quedado en esta época en que las más hermosas palabras han perdido prácticamente su real y verdadera significación.
Necesitamos que miles y miles de arquitectos que andan por el mundo piensen menos en Arquitectura (con mayúscula), en dinero, en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen, siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y de honradez (honor).
Tengo el convencimiento de que cualquier arquitecto de nuestros días medianamente dotado, preparado o formado, si puede entender esto también puede fácilmente realizar una obra verdaderamente viva. Esto es para mí lo más importante, mucho más que cualquier otra consideración o finalidad solo en apariencia de orden superior.
Creo que nacerá una autentica y nueva tradición viva de obras que pueden ser diversas en muchos aspectos pero que habrán sido llevadas a cabo con un profundo conocimiento de lo fundamental y con una gran conciencia, sin preocuparse del resultado final que afortunadamente, en cada caso se nos escapa y no es un fin en sí , sino una consecuencia.
Creo que para conseguir estas cosas hay que desprenderse antes de muchas falsas ideas claras, de muchas palabras e ideas huecas y trabajar de uno en uno, con la buena voluntad que se traduce en acción propia y enseñanza más que en doctrinarismo. Creo que la mejor enseñanza es el ejemplo: trabajar vigilando continuamente para no confundir la flaqueza humana en derecho a equivocarse -capa que cubre tantas cosas- con la voluntaria ligereza, la inmoralidad o el frio cálculo del trepador.
Imagino a la sociedad como una especie de pirámide, en cuya cúspide estuvieran los mejores y menos numerosos y en la amplia base las masas. Hay una zona intermedia en la que existen gentes de toda condición que tienen conciencia de algunos valores de orden superior y están decididos a obrar en consecuencia. Estas gentes son aristócratas y de ellos depende todo. Ellos enriquecen la sociedad hacia la cúspide con obras y palabras, y hacia la base con el ejemplo, ya que las masas solo se enriquecen por respeto o mimetismo. Esta aristocracia hoy prácticamente no existe, ahogada en su mayor parte por el materialismo y la filosofía del éxito. Solían decirme mis padres que un caballero, un aristócrata es la persona que no hace ciertas cosas, aun cuando la ley, la iglesia y la mayoría las aprueben, las permitan. Cada uno de nosotros si tenemos conciencia de ello debemos avidualmente construir una nueva aristocracia. Este es un problema urgente tan apremiante que debe ser acometido en seguida. Debemos empezar pronto, después avanzamos despacio sin desánimo. Lo principal es empezar a trabajar, entonces, solo entonces podremos hablar de ello.
Al dinero, al éxito, al exceso de propiedades o de ganancias, a la ligereza, la prisa, la falta de vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar la dedicación, el oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y sobre todo el amor que es aceptación y entrega, no posesión y dominio. A esto hay que aferrarse.
Se considera que cultura o formación arquitectónica es ver, enseñar o conocer más o menos profundamente las realizaciones, los signos exteriores de riqueza espiritual de los grandes maestros. Se aplican a nuestro oficio los mismos procedimientos de clasificación que se emplean: signos exteriores de riqueza económica en nuestra sociedad materialista. Luego nos lamentamos de que ya no hay grandes arquitectos menores de sesenta años, de que la mayoría de los arquitectos son malos, de que las nuevas urbanizaciones resultan antihumanas casi sin excepción en todo el mundo de que se destrozan nuestras viejas ciudades y se construyen casas y pueblos como decorados de cine a lo largo de nuestras hermosas costas mediterráneas.
Es por lo menos curioso que se hable y se publique tanto acerca de los signos exteriores de los grandes maestros (signos muy valiosos en verdad), y no se hable apenas de su valor moral. ¿No es extraño que se hable o escriba de sus flaquezas como cosas curiosas o equivocas y se oculte como tema prohibido o anecdótico su posición ante la vida y ante su trabajo?.
¿No es curioso también que tengamos aquí, muy cerca, a Gaudí (yo mismo conozco a personas que han trabajado con él y se hable tanto de su obra y tan poco de su posición moral y de su dedicación?
Es más curioso todavía el contraste entre lo mucho que se valora la obra de Gaudí, que no está a nuestro alcance, y el silencio o ignorancia de la moral o la posición ante el problema de Gaudí, que esto si está al alcance de todos nosotros.
Con grandes maestros de nuestra época pasa prácticamente lo mismo. Se admiran sus obras, o mejor dicho las formas de sus obras y nada más sin profundizar para buscar en ellas lo que tienen dentro, lo más valioso, que es precisamente lo que está a nuestro alcance. Claro está que esto supone aceptar nuestro propio techo o límite, y esto no se hace así porque casi todos los arquitectos quieren ganar mucho dinero o ser Le-Corbusier, y esto el mismo año en que acaban sus estudios. Hay aquí un arquitecto, recién salido de la Escuela, que ha publicado ya una especie de manifiesto impreso en papel valioso después de haber diseñado una silla, si podemos llamarla así.
La verdadera cultura espiritual de nuestra profesión siempre ha sido patrimonio de unos pocos. La postura que permite el acceso a esta cultura es patrimonio de casi todos, y esto no lo aceptamos, como no aceptamos tampoco el comportamiento cultural, que debería ser obligatorio y estar en la conciencia de todos.
Antiguamente el arquitecto tenía firmes puntos de apoyo. Existían muchas cosas que eran aceptadas por la mayoría como buenas o, en todo caso, como inevitables; y la organización de la sociedad tanto en sus problemas sociales como económicos, religiosos, políticos, etc., evolucionaba lentamente. Existía por otra parte más dedicación, menos orgullo y una tradición viva en la que apoyarse. Con todos sus defectos, las clases elevadas tenían un concepto más claro de su misión, y rara vez se equivocaban en la elección de los arquitectos de valía: así la cultura espiritual se propagaba naturalmente. Las pequeñas ciudades crecían como plantas, en formas diferentes, pero con lentitud y colmándose de la vida colectiva. Rara vez existía ligere­za, improvisación o irresponsabilidad. Se realizaban obras de todas clases, que tenían un valor humano que se da hoy muy excepcionalmente. A veces, pero no con frecuencia se planteaban problemas de crecimiento pero afortunadamente sin esa sensación que hoy no podemos evitar, de que la evolución de la sociedad es muy difícil de prever como no sea a muy corto plazo.
Hoy día las clases dirigentes han perdido el sentido de su misión, y tanto la aristocracia de la sangre, como la del dinero, pasando sobre todo por la de la inteligencia, la de la política y la de la iglesia o Iglesias, salvo rarísi­mas y personales excepciones, contribuyen decisiva­mente, por su inutilidad, espíritu de lucro, ambición de poder y falta de conciencia de sus responsabilidades al desconcierto arquitectónico actual.
Por otra parte, las condiciones sobre las cuales tene­mos que basar nuestro trabajo varían continuamente. Existen problemas religiosos, morales, sociales, econó­micos, de enseñanza, de familia, de fuentes de energía, etcétera, que pueden modificar de forma imprevisible la faz y la estructura de nuestra sociedad (son posibles cambios brutales cuyo sentido se nos escapa) y que impiden hacer previsiones honradas a largo plazo.
Como he dicho ya en líneas anteriores, no tenemos tan clara tradición viva, que es imprescindible para la mayo­ría de nosotros. Las experiencias llevadas a cabo hasta ahora y que, indudablemente en ciertos casos han representado una gran aportación, no son suficientes para que de ellas se desprenda el camino Imprescindible que haya de seguir la gran mayoría de los arquitectos que ejercen su oficio en todo el mundo. A falta de esta clara tradición viva y en el mejor de los casos se busca la solución en formalismos, en la aplicación rigurosa del método o la rutina y en los tópicos de gloriosos y viejos maestros de la arquitectura actual prescindiendo de su espíritu, de su circunstancia y sobre todo ocultando cuidadosamente con grandes y magnificas palabras nuestra gran irresponsabilidad (que a menudo sólo es falta de pensar), nuestra ambición y nuestra ligereza. Es ingenuo creer, como se cree, que el ideal y la práctica de nuestra profesión pueden condensarse en "slogans" como el del sol, la luz, el aire, el verde, lo social y tantos otros. Una base formalista y dogmática sobre todo si es parcial es mala en sí, salvo en muy raras y catastróficas ocasiones. De todo esto se deduce, a mi juicio, que en los caminos diversos que sigue cada arquitecto consciente tiene que haber algo común algo que debe estar en todos nosotros. Y aquí vuelvo al principio de esto que he escrito, sin ánimo de dar lecciones a nadie, con una profunda y sincera convicción.

A.-Coderch, 1960
Publicación Domus, noviembre de 1961

sábado, 20 de noviembre de 2010

Recuperacion de Edificios Patrimoniales


Los alumnos del Taller Intensivo de Graduación previa la obtención del Título de Arquitectos de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo Alfonso Cubillo Renella de la Universidad Estatal de Guayaquil, están realizando la Fase de Investigación del Tema: Recuperación del Espacio Físico del colegio San José La Salle de la Ciudad de Guayaquil.

Hasta el momento se ha realizado el levantamiento o relevamiento del Edificio en estudio, que está ubicado en la parroquia Rocafuerte entre las calles Norte: Tomas Martínez, Sur: Mendiburo, Este: Baquerizo Moreno, y Oeste, Escobedo.

Se están realizando los planos arquitectónicos del colegio que cumplió 100 años de creación, y se ha entregado una maqueta volumétrica de la implantación del edificio al director de Tesis Arq. Antonio Costa en requerimiento de la metodología para la presentación de Tesis por parte de los 15 alumnos que componen el grupo del Taller de Graduación.

Se está elaborando la Historia Arquitectónica de la Edificación, la misma que no existe al momento y en los próximos días se mantendrán entrevistas con ex-alumnos Lasallanos, profesionales, para fortalecer el criterio de recuperación y regeneración del Edificio en estudio.
  
El Edificio es Patrimonio Nacional y tiene invaluables obras de arte realizados por artistas extanjeros hace 100 años aproximadamente

Actualmente el Colegio cuenta con
Sección Primaria (Edificio menos Antiguo)
Sección Secundaria
Biblioteca
Museo
Auditorio
Iglesia
Coliseo
4 canchas poli-deportivas
Residencia de los Hermanos Lasallanos











Los futuros arquitectos que realizan el presente trabajo son:
Evelyn Andrade
Denisse Arguello
Guillermo Carpio
César Cartagena
Diana Delgado
Ma Isabel De Mera
María Echeverría
Julio García
Jonathan Merchán
María Pluas
Geovanny Pluas
Dulce Robles
Bladimir Sánchez
Alexi Rivera
Mao Vite


Si usted cuenta con información o sugerencias que puedan ser útiles para la elaboración del trabajo le agradecería de antemano su colaboración para hacérnosla llegar.